lunes, 13 de septiembre de 2010

DOS ORILLAS...UN DESTINO (cuento)

Nada los unía…los separaba un ancho río encrespado y marrón.

Ella, una dama de las mas selecta sociedad de Buenos Aires, él un simple mulato destinado a trabajar para sus amos sin ser tendido jamás en cuenta.
Corría el año 1845, Buenos Aires se teñía de rojo punzó, no solo en la divisas de algunos caballeros, ni el el ropaje de los mazorqueros, también en las calles.
En la vecina orilla colorados y blancos comenzaban a disputarse el poder, Mulato estaba lejos de esas disputas, solo tenía una cosa en su mente: ser un hombre plenamente libre y tal vez, si la suerte lo acompañaba, tener su propio negocio.
El padre de Clara era un estanciero descendiente de familia patricia, pero sus ideas distaban mucho de conciliar con las del Restaurador. Bajo el lustroso piso de madera de su amplia alcoba, casi imperceptible, se hallaba escondida una copia de “El Matadero” una obra de su amigo personal Esteban Echeverría, lo
que lo colocaba en una situación más que difícil.
Las continúas manifestaciones de hostilidad hacia la familia se hicieron cada vez más fuertes por lo que se decidó exiliarse en Uruguay,plenamente convencidos de que su integridad física estaría a salvo, la mano del dictador no llegaría hasta ellos.
Clara recibió la noticia con una mezcla de enojo y euforia, imposible describir sus sentimientos: enojada por la situación, por tener que dejar lo conocido y aventurarse en un lugar donde su posición social no sería la misma y a la vez eufórica por la novedad, por el nuevo horizonte que se abría ante ella.
El viaje fue tedioso, el río se mostró embravecido disfrazado de sudestada.
“Mal augurio” susurró la madre, “augurios de cambios drásticos” replicó el padre.
Clara no sabía augurios de que eran, solo sabía que su estómago se revolvía cada vez más y en su interior gritaba su temor de no ver nunca mas una orilla, de que esa fuera su última morada.
Sus miedos se disiparon cuando finalmente vio el puerto de Colonia, del Sacramento aunque no podía ocultar su decepción, no estaban en Montevideo.
Protestó una y mil veces pero su padre le explico la situación, si los buscaban seguramente lo harían en la gran cuidad y no en ese lugar. Por más que intentó entender no podía: ¿y su vida social? ¿y sus bailes en grandes salones?¿dónde luciría sus fastuosos vestidos? ¡La habían llevado a la nada!
No le molestaba el exilio, pero esto era peor que la muerte.
Replicó, rogó e imploró que se trasladasen a otro lugar, pero no fue oída.
Las primeras semanas las pasó casi encerrada en su cuarto, llorando todo el tiempo. Nada torció la voluntad férrea de su padre.
De a poco comenzó a salir, a tomar contacto con lo que la rodeaba, a conocer la servidumbre, y alli estaba Mulato. La primera vez que lo vió su corazón le dio un aviso, se sonrojó y no pudo dejar de detenerse en una sonrisa cautivante,en la mirada dulce, en un cuerpo perfecto, todo en marrón glacé, como ella misma pensó.
Conciente de que su padre satisfacía sus mínimos caprichos solicito que Mulato la acompañase a cabalgar. El joven siempre estuvo con la mirada esquiva, perdida en el horizonte o como contando los pasos dados, solo emitió monosílabos.Para él la niña Clara era hermosa, era la más bella mujer que jamás había visto. Recostado en su catre dibujaba en el aire su rostro, recordaba el movimiento de su pelo con la brisa, sus bucles rebeldes, su risa cantarina y sus ojos del color de las praderas. Soñaba con ella…sabía que era todo lo que podía tener…sueños….solo sueños, pero desconocía que también soñaban con él y que ambos coincidían en autoconvencerse que solo en sueños se podían unir.
Como era rutinario el día de cabalgata comenzó con normalidad, pero el crepúsculo empujó a los jóvenes uno en brazos de otro y los unió con un lazo invisible, sus bocas se encontraron y una candado selló para siempre sus labios.
Ya nada era igual. Trataron de pasar desapercibidos haciendo su vida cotidiana, pero nada podía ocultarse a los ojos de su atenta madre.
Fue interrogada y las negaciones que salían de sus labios no se condecían con las respuestas que daban sus ojos. Lo mismo sucedió con Mulato.
Salomónicamente los padres decidieron separarlos enviándolo a otros trabajos, eso no resultó, con mil artilugios continuaron viéndose hasta que fueron descubiertos.
Luego de una larga reprimenda se tomó la decisión final: Clara sería enviada nuevamente a Buenos Aires e internada en un convento.
La joven lloró amargamente implorando que reconsideren se podía ver el dolor en cada lágrima y el amor en cada sollozo.
La decisión estaba tomada y no admitía discusión ni siquiera re pensarla.
Sintiendo en su piel el desgarrador dolor de su ama, Martina, su nana, se ofrece a ayudarla. Ella comunicaría lo acontecido al muchacho.
Le llevó una esquela y volvió con la respuesta. No supo que decía pero al ver el brillo en la mirada de la pequeña que había criado intuía que nada bueno sucedería.
La nota recibida era un pacto de amor, una estrategia de escape, un pase a un futuro juntos.
Se encontraron a medianoche, cuando todos estaban entregados a sus mejores sueños o sus peores pesadillas…el río mecía su melena de león…no hubo mucho tiempo para abrazos y besos…el tiempo apremiaba y la otra orilla estaba distante.
Dejaron en la playa su ropa, por primera vez descubrieron sus cuerpos desnudos y a pesar de su impulso de vestirse de besos y luna se apresuraron para llevar a cabo su plan.
Al amanecer en la casa familiar notaron su ausencia. Se inicio una búsqueda que atrajo a todos los pobladores. Encontraron su vestido junto a la ropa de un hombre. Se tejieron miles de conjeturas y habladurías.
Rezaron novenas, colocaron flores y altares, la lloraron e hicieron un simbólico funeral.
Clara dormía en el fondo del río, al menos eso afirmaron pero ¿quién sabe?
Desde la otra orilla tal vez, una dama patricia camine de la mano de un apuesto mulato perfumando de amor todo a su paso o simplemente estén allí casi al alcance de la mano viviendo su simple historia…una historia común de un hombre y una mujer unidos por un común denominador que algunos llaman amor.

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